Bueno, antes que nada me disculpo a quienes me siguen por desaparecer del mapa, me he ido de viaje (aunque creo que está demás dar explicaciones, dado que pocos saben de la existencia de este pequeño blog, pero a informo que quiero mucho a mi minoría ♥).
Hoy no dejaré nada para descargar, en cambio, vengo a depositar un cuento de mi autoría. Una especia de pseudo-homenaje a un hombre echo de cubos y a una bella ciudad que fue añicos.
Sin más preámbulos:
El toro gris.
Las manos se
entrelazan, son listones cálidos y fríos, más que antes, más que nunca.
Los brazos férreos
de un alguien se rompen, el abrazo perpetuo corrompe y se rompe. Meteoritos
estrepitosos.
Es algo
nuevo, son extensiones de piel que se desgranan y se desenvuelven. Son liras en
sus manos, es el aliento de toro tras su nuca, son grandes escarabajos en
su pubis, es papilla y miel seca en su boca, es piel de conejo en sus uñas, es
el fin de un comienzo o el comienzo de un fin, es algo.
Córneas violetas,
pupilas que se devoran el iris jacarandá y lo destroza, estampidas
monocromáticas. Quiere dar un paso, pero no la dejan. El dedo gordo del pie
tantea como un infante las partículas del aire, cuales figuras de plástico,
amorfas, anónimas; las quiere conocer, las quiere andar, quiere metérselas en
la boca, llenarlas de saliva hasta inundarlas, pero no recuerda cómo.
- Quiero jugar…
Ignora. Se anima a
poner un pie sobre la tierra, casi llora, casi… Los cristales sabotean su carne
hasta hacer moños carmesí de segunda, el óxido deja círculos anaranjados y
putrefactos, sale un líquido amarillento que se impregna en su piel, la quema,
siente el olor a carne y se le revuelve el estómago. Algo filoso se hunde
el en dedo más chiquito, lo deja pendiendo de un hilo, lo embiste un toro y cae
en silencio el dedito gris.
Abejas mueren en su
garganta, se deja caer y busca el dedo con su boca desdibujada. Saborea la sal,
el óxido, el cobre, todo se derrite en su lengua. Cera caliente ambigua
cae y un caballo galopando la desparrama.
Un Hércules le
retuerce las muñecas. Añil el puño hace una sinfonía con sus huesos papiros,
rojas las cuerdas entrelazan sus pestañas y se las arrancan una por una,
difunto aquel que dirige la orquesta agónica. Les hace cosquillas con sus yemas
microscópicas y hace piruetas correosas con sus cordeles sucios. El Hércules
queda boca arriba, tambaleándose en su mugre, meciéndose como un tonto,
en la mugre de todos.
Quiere ahuyentar a
los cuervos pero tiene miedo de las palomas blancas. La mirada furtiva, oscura,
se clava en esas pupilas dilatadas, el negro se rellena de negro, cenizas de
laurel, oscuridad total y nada más.
Ahora las manos son
dos y tantean el espacio oxidado, nuevamente experimenta el dolor, tan
nuevo para ella. Ciega, temerosa, curiosa. Las patas del Hércules, que aún
lucha por incorporarse, le raspan los brazos.
Toca los cuernos
del toro, acaricia su cabeza con total ingenuidad. En tanto él mastica su
dedito gris, tiene los ojos inyectados de sangre, se la lleva por
delante, sumergido en un bravío humano fuera de su compresión, atraviesa
el concreto y la oscuridad, pateando la cabeza de un buey, las figuras humanas,
dejando todo lo que significó ser un toro.
El foco se
balanceaba de un lado a otro, pero ella no lo sabe. Sus coletas rubias
desalineadas, su vestido a cubos resquebrajado, una mano tocando la sangre de
un de un niño que tuvo suerte (podía imaginar, o tal vez no, lamentos
metálicos femeninos) y otra mano tocando….
- Muñeca…
Siento mi muñeca,
su puntiaguda nariz, su trajecito con su pequeño sombrero, los ojos
exageradamente contorneados. La tomo y trato de ponerme de pie, como puedo.
Extraño mis zapatos de charol, con ellos no me daba cuenta de cuán vil puede
ser la tierra que uno pisa.
¡Muñeca, que afortunada
eres al no sentir! Me duele… no debí moverme de donde estaba. Mi pequeño dedo,
pobrecillo… Al menos tú los tienes a todos. O eso creo… Espero que papi no se
moleste al verme incompleta.
¿Qué habrá
ocurrido? ¿Qué eran esos ruidos? ¿Qué era ese dolor que visitó al mundo? Si tan
sólo pudiera quitarme esta tonta venda… ¿Dónde estará
papá?
La pequeña abrazó
su muñeca, en medio de escombros y cuerpos. Llora porque no sabe, pero no sabe
que es feliz porque no sabe. No debe saber, todo es pesadilla, es pesadilla… No
lo es. Se acomoda las coletas rubias sin soltar a su muñeca. Se quiere quitar
la venda de sus ojos violáceos, pero algo la detiene…
- ¡Maya! ¡Maya!
- ¿Papá?
- ¡No, Maya!
Sus ojos se inundan
de lágrimas, una sonrisa se dibuja en su rostro. Lastimado, cubierto de polvo,
con la ropa rasgada, pero vivo, abraza a su pequeña en medio de la desolación y
el aroma a muerte.
- Papá… papá…
- Hija, escúchame
¿Te has quitado la venda?
- No…
- ¿¡Estás diciendo
la verdad!?
- Sí papá, es la
verdad, lo juro…
Aliviado, con una
mueca de satisfacción en su rostro, toma en brazos a su hija y la arropa sobre
su pecho golpeado.
- Escúchame, Maya…
Quiero que duermas ¿sí? Duerme… Sigue durmiendo, no te detengas en esta
pesadilla, nada es real… Nada es real… Nada.
- ¿Dónde está mamá?
- Ahora no, hija
mía, sigue soñando, que nada ha pasado aquí.
La
pequeña Marie duerme como se lo ordena su padre, ajena a la pesadilla pero
dentro de ella, aún abraza a su muñeca. Él ve que le falta su pequeño dedo gris
y quiere arrancarse los pocos cabellos negros que le quedan. Camina esquivando
torsos y manos. Irónicamente ve un cuervo picoteando los ojos de su esposa y
una paloma blanca que observa el espectáculo mientras se come un laurel.
Le lloran lágrimas grises, las bebe. Las hormigas caminan alrededor de lo
acontecido, comen la carne de un arlequín.
Mi blog personal dónde encontrarás más escritos: http://imprudenteblues.blogspot.com.ar/
Limadita Bukowski |
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